Existen desfiles correctos sin más. Desfiles buenos que se quedan grabados en la retina durante un tiempo, pero terminan por caer en el olvido. Desfiles de los que sales deseando que llege la próxima temporada para ver esas prendas teatrales en la vida real, en mujeres reales. Desfiles malos en los que no dejas de mirar el reloj y de maldecir al tipo que decidió escoger esa música discotequera que se te clava en los oídos. Desfiles que llevas esperando seis meses y al final te preguntas si realmente era eso lo que querías ver.
Y desfiles que cambian tu percepción de las cosas y te hacen plantearte nuevos caminos y establecen una nueva perspectiva desde la que mirar la moda. Desfiles como este de Alexander McQueen para la primavera de 2001: un cubo de cristal en el que las modelos caminan perturbadas por un extraño sonido, como si de enfermas psíquicas se tratara. Ataviadas con elementos hospitalarios como gasas y vendas en la cabeza, el diseñador añade elementos que incitan a la locura, como la clara referencia a los pájaros de Hitchcock, o la palidez predominante tanto en el rostro de las modelos como en sus vestimentas. Pero lo que acaba por desconcertar al espectador es la sorpresa final, escondida dentro de otra caja rectangular y no menos inquietante que el show. Pero tendreis que ver el vídeo para averiguarlo.
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